Cambio de sistema

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jueves, 11 de junio de 2015

Prefacio Bancocracia

Ante el revuelo organizado por algun@s ante las posiciones políticas que defiendo en relación al sector bancario, os adjunto el prefacio que tuve el gusto de realizar para el libro del maestro Eric Toussaint BANCOCRACIA.
Os aconsejo fervientemente su lectura, mucho más allá de esta introducción.




PREFACIO

La quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, suele marcar el arranque de la mayor debacle del sistema económico capitalista desde que disfruta de su posición hegemónica. El pánico se generalizó entre los inversores y los mercados de financiación a los que acudían los bancos para cubrir sus necesidades, colapsaron.

¿Cómo es posible que una quiebra de un banco de negocios, aunque fuera de esa importancia, arrastrara  irremediablemente al sistema financiero mundial? Y, sobre todo, ¿cómo es posible que “nadie” se diera cuenta de su debilidad?

Éric Toussaint desnuda en Bancocracia las falacias que han apuntalado la deriva del capitalismo financiero a nivel internacional. La pretendida auto-regulación de los mercados financieros ha brillado por su ausencia y ha generado burbujas especulativas que, como en el caso español, han concentrado las inversiones de capital en sectores como el inmobiliario, las grandes infraestructuras y la internacionalización de las grandes compañías, con una deficiente asignación de recursos en otros ámbitos. La deriva de ese funcionamiento del sistema ha tenido como consecuencia el excesivo e insostenible endeudamiento de los agentes económicos. La extrema debilidad del sistema financiero ha quedado al descubierto en todo el proceso. Las inyecciones de liquidez y de los recortes de tipos de interés de los bancos centrales no consiguieron restablecer la situación y los gobiernos de los países desarrollados decidieron intervenir para evitar el colapso de sus sistemas financieros. En teoría se trataba de prevenir una retirada masiva del ahorro de los ciudadanos depositado en las entidades bancarias, impidiendo que las dificultades de liquidez afectaran a la solvencia del sistema, así como el desbordamiento de la crisis financiera hacia la economía real. En la práctica, lo que se ha llevado a cabo con esa excusa, es un descomunal plan de salvamento de las entidades bancarias privadas con dinero público.
Todo lo anteriormente reseñado configura un expolio de gravísimas consecuencias para la ciudadanía ya que, paradójicamente, se han comprometido enormes volúmenes de ayudas públicas al servicio de un proceso de concentración y oligopolización del negocio bancario y no se han resuelto los riesgos y amenazas que el sector supone para la sociedad.  Es imprescindible que la sociedad sea consciente de que la regulación, y sobre todo “esta regulación” no solucionará los problemas bancarios en el futuro porque el verdadero problema es la insuficiente rentabilidad con respecto al total de la inversión. Desengañemos a la gente: La banca está en crisis no porque gane mucho sino precisamente porque no consigue obtener beneficios suficientes. Por eso utilizan el “efecto palanca” las entidades financieras. Buscan el endeudamiento para conseguir con el volumen la rentabilidad que de otro modo sería insuficiente para atraer la inversión. Por ello, los fondos propios (capital que ponen sus accionistas)  son muy bajos en relación a los pasivos y deudas a los que tienen que hacer frente. De esa forma, incluso si el beneficio es bajo calculado en porcentaje sobre los activos, puede dar lugar a un rendimiento elevado en relación a los fondos propios si estos son reducidos. Y por eso, el sistema financiero se apunta a la “lógica” de aprovecharse de la protección pública. En su último Informe sobre la estabilidad financiera mundial (Global Financial Stability Report, o informe GFSR), el FMI muestra que los grandes bancos siguen beneficiándose de subsidios públicos implícitos creados por la expectativa de que el gobierno los respaldará si se encuentran en dificultades financieras. En 2012, el subsidio implícito proporcionado a los bancos de importancia sistémica mundial representó hasta US$70.000 millones en Estados Unidos, y hasta US$300.000 millones en la zona del euro, dependiendo de las estimaciones. El respaldo estatal a los bancos durante la crisis ha adoptado diferentes formas, desde garantías de préstamo y compras de activos hasta una inyección directa de fondos públicos en los bancos. La expectativa de que contarán con este respaldo les permite a los bancos obtener préstamos a tasas más baratas de lo que serían si no existiera la posibilidad de conseguir dicho respaldo. Estos costos de financiamiento más bajos representan un subsidio público implícito a los grandes bancos.
Todo lo ocurrido obliga a una toma de postura ante un debate prioritario y esencial: ¿debe ser pública o privada la gestión del ahorro de la sociedad? Es fácil comprender que la sanidad, el agua o la energía, entre otros sectores, no pueden dejarse en manos privadas porque eso implica que su gestión no se guiará nunca por el interés general, sino por el máximo beneficio privado. La experiencia nos ha enseñado que lo público funciona mejor que lo privado, es mejor socialmente y, además, más barato. Igualmente sucede con el sistema financiero, que es un servicio esencial para la economía y la sociedad y que sigue sin funcionar por su estado cercano al colapso. Esta crisis nos ha enseñado en nuestras propias carnes lo que supone su gestión privada, un desastre social que está exigiendo enormes ayudas públicas para evitar su quiebra. Un esfuerzo económico que está suponiendo esquilmar el erario público y recortes sociales y laborales, pero que no evitará nuevas crisis porque las ayudas están dirigidas a salvar a los bancos privados y a “bancarizar” y transformar en entidades completamente privadas, a las que antes eran semi-públicas, las cajas de ahorros. Desde ese punto de vista, la propuesta de la banca pública es crucial para que se pueda poner en marcha una política alternativa real. Lo que entre todos sostenemos, propiedad de todos debe ser. Pero la titularidad pública de las acciones de los bancos no es suficiente para que tengamos una Banca Pública de verdad. ¿O acaso alguien ha notado que el 20% del sector ha sido nacionalizado en el estado español? Para que eso ocurra, la gestión de los ahorros de la sociedad depositados en las entidades bancarias debe estar dirigida a la atención de las necesidades sociales, el desarrollo de unos servicios públicos de calidad y suficientes, y la erradicación del desempleo. Una banca pública fuerte permitiría impulsar otra política económica centrada en la creación de una estructura económica sostenible a medio plazo, en vez de colaborar en la generación de nuevas burbujas financieras.  

El sistema bancario ha demostrado, no solo en esta última crisis, que la gestión en busca del “máximo interés privado” se acaba convirtiendo en el “máximo desastre social”. Es una evidencia que es incapaz de cumplir su función sin la inyección de ingentes cantidades de fondos públicos. Salvo en el caso de las honrosas excepciones de las iniciativas de banca ética o de algunas cooperativas de crédito que no han incurrido en actuaciones de idéntica gravedad, el sistema bancario en general, carece de capacidad para cumplir la función que la sociedad le asigna. El Estado en nuestro país, como en el resto, ha intervenido para paliar el colapso financiero y proteger los ahorros de la ciudadanía pero no lo ha hecho sirviendo a los intereses generales sino a los de las élites económicas que no quieren asumir las consecuencias de la quiebra económica del sector financiero.

La superación de la actual situación de bloqueo requerirá inevitablemente la nacionalización de la práctica totalidad del sector financiero por la conversión de gran parte de las ayudas públicas ya desembolsadas en capital y el radical saneamiento de las pérdidas ocultas en los balances. Para ello habrá que establecer un plan efectivo de saneamiento con quitas a los tenedores de deuda establecida en instrumentos diferentes a los depósitos. Sobre los pequeños ahorradores no cabe sanear las entidades pero sí sobre los inversores en bonos y obligaciones que deberán asumir el quebranto correspondiente. Solo con control público permanente se podrá ejecutar la necesaria reducción y adecuación del sector bancario a un modelo de negocio enfocado a la economía real y a la vertebración de tejido productivo. 

Cobra todo sentido que se reivindique la Banca Pública como instrumento que coadyuve a una salida diferente a la actual crisis. Pero además es fundamental para recuperar la función que el sistema financiero no debió nunca perder, esto es, la de canal de comunicación entre el capital y la inversión productiva. La banca privada ya ha demostrado sobradamente que, buscando altas tasas de rentabilidad superiores a las que podría proporcionar la inversión en la economía real, ha incurrido en riesgos desmesurados que han causado los perversos efectos que la sociedad está sufriendo. Por ello, la Banca Pública no debe ser únicamente un medio legítimo que permita la apropiación de los beneficios por parte de la ciudadanía a través del Estado sino que debe ser parte de una estrategia más amplia que permita que aquella recupere el poder económico y democrático. 

La puesta en marcha del conjunto de las propuestas planteadas en este libro no son utopías inalcanzables sino metas realizables de manera inmediata. Ahora bien, la actuación no puede circunscribirse únicamente a España. Es imprescindible reivindicar la extensión de estas medidas al conjunto de la Unión Europea. Con el actual nivel de desarrollo e integración económica de los países de la Unión, una solución definitiva y permanente sólo puede darse a escala europea. Los recortes sociales y laborales, y el saneamiento del sector financiero a costa del erario público son fenómenos que afectan a todos los países europeos. La quiebra financiera no es patrimonio exclusivo del sistema bancario español. Todo el sistema europeo está en situación de insolvencia y está siendo sostenido por el apoyo público. Es necesario que se nacionalice el sector financiero continental para proteger los ahorros de la ciudadanía. O eso o tendremos que enfrentarnos a una quiebra de las finanzas públicas arrastradas de forma directa o indirecta por el sector financiero. Sólo después de la nacionalización será posible realizar una auditoría fiable de sus cuentas, sanear las entidades y poner garantizar que los ahorros de la sociedad europea se utilizan en beneficio de la mayoría. El Banco Central Europeo debe cambiar sus estatutos convirtiéndose en un verdadero Banco Central al servicio del bienestar del conjunto de la ciudadanía y bajo control democrático de ésta. A partir de ahí, debe ponerse en marcha un plan de desarrollo europeo basado en la nacionalización de las grandes multinacionales. Una banca pública europea y una amplio sector público europeo posibilitarían un desarrollo integral y planificado de los recursos económicos y su control democrático, dando prioridad la satisfacción de las necesidades sociales y no la explotación de los trabajadores, una utilización racional de los recursos naturales y no su expolio, y la cooperación entre países que permita un desarrollo integral de todos, en lugar de la competencia en beneficio de los más poderosos. Son las respectivas clases dominantes de cada país las que nos están imponiendo medidas de ajuste, a sus trabajadores y a los de los demás países, en su propio beneficio y son ellas las que están alimentando la posibilidad de nuevos enfrentamientos entre las naciones.

Una Unión Europea realmente democrática, con unos pueblos dueños de sus propios recursos y de su moneda común, sería una fuerza imparable, que podría abrir la puerta a unas relaciones de cooperación real entre los pueblos en beneficio mutuo, en lugar de la competencia por el máximo beneficio privado.
Sí ha habido economistas que denunciaron las inconsistencias del sistema y alertaron de la suicida política de desregulación financiera pero sus diagnósticos no interesaron nunca a las élites ocupadas en pasar de un lado a otro de la puerta giratoria. Para los que “hoy gobiernan y regulan y mañana participan del consejo de administración de una entidad bancaria” no hay alternativa a las medidas adoptadas. Sin embargo, es perfectamente posible erradicar la “Bancocracia” y en este libro pueden encontrar los lectores que no hay verdaderos obstáculos técnicos para poner la economía al servicio de la gente. Solo es cuestión de voluntad política.
Carlos Sánchez Mato, 1 de noviembre de 2014

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