Yo estudié en la pública
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¿Ideología en la
educación financiera?
Carlos Sánchez Mato
La aplicación de la Lomce (Ley Orgánica de Mejora de
la Calidad Educativa) pretende desarrollar el conocimiento de la economía por
parte de los ciudadanos. Aparentemente, el hilo argumental es incuestionable:
mejorar la cultura financiera de la gente evitará que se adopten decisiones
erróneas. De hecho, si algo ha descubierto mucha gente en esta crisis es que no
preocuparse por la economía y dejarla en manos de unos pocos, puede
ocasionarles funestas consecuencias. Pero no es esto lo que pretende resolver
la Lomce. No es su intención que realicemos un análisis crítico global sino que
modifiquemos determinados elementos “que no han funcionado” lo que en definitiva
supone salvar de su responsabilidad al sistema como tal.
Evidentemente es mucho más fácil creer que un mayor
conocimiento financiero por parte de la gente de productos como las cuentas
corrientes o las participaciones preferentes evitará reclamaciones en el
futuro. O que desentrañar la importancia que tienen determinadas cláusulas en
los contratos de préstamo puede evitar las tropelías que las entidades
bancarias han cometido. Pero no parece que haya intención más allá de responsabilizar
al individuo de lo ocurrido. Y esto forma parte de la carga de profundidad
ideológica de enorme poder destructivo que se lanza a la sociedad.
No cuestionar que el problema va mucho más allá del
conocimiento individual de los instrumentos y productos financieros que nos
encontramos en nuestro día a día, supone culpabilizar a los que firmaron
préstamos con cláusulas suelo que limitaban la bajada de los tipos de interés o
a los que no fueron conscientes de que los ahorros de toda su vida no iban
a un depósito “de los de toda la vida”
sino a un producto de elevado riesgo que podía volatilizar su esfuerzo en un
abrir y cerrar de ojos.
No menos importancia tiene la inclusión entre las
competencias básicas del “espíritu empresarial y emprendedor” que atribuye la
creación de riqueza a los emprendedores en lugar de a los trabajadores. No es
baladí que se generalicen términos como la “autonomía e iniciativa personal”
que forman parte de un claro proyecto de visión neoliberal. Desarrollar
determinadas destrezas en los chavales desde la más tierna infancia, tiene que
tener un objetivo de rentabilidad. ¿De qué sirve estimular las habilidades
manuales para fabricar bonitos collares si no desarrollamos también en ellos la
capacidad de rentabilizar y financiar su producción y comercializarlos?
La economía, como
ciencia social que es, está marcada por la visión ideológica del mundo que los
que la explican tienen. Desconfíen pues, de quienes criticaban la educación
para la ciudadanía como asignatura adoctrinadora y ahora ensalzan una ley en la
que se dice que la Administración educativa fomentará las
medidas para que el alumnado participe en actividades que le permitan afianzar
el espíritu emprendedor y la iniciativa empresarial o la función dinamizadora
de la actividad empresarial en la sociedad. Entre los criterios de evaluación
se incluye que el niño comprenda “los beneficios que ofrece el espíritu
emprendedor”. Se trata de ideología pura y dura.
Como también lo es el acuerdo que el BBVA ha
desarrollado con la Junta de Extremadura en centros públicos y concertados en
los que se ha adoctrinado a alumnos adolescentes y a profesores en
planificación financiera y del ahorro, seguros o planes de pensiones desde una
perspectiva muy concreta: la de una entidad financiera que obtiene elevados beneficios
si consigue patrones de consumo y conducta concretos por parte de la gente. ¿Es
educación financiera o adoctrinamiento?
Algunos siempre hemos hablado sin esconder que
nuestra visión de la economía era ideológica y que eso incluía la imprescindible
subordinación de ésta a la satisfacción de las necesidades humanas. Que hay
muchos bienes y derechos que no pueden ni deben estar mercantilizados, es
decir, que acceder a ellos no puede jamás estar supeditado a que dispongamos de
capacidad individual de poder sufragarlos. Ni alimentación, ni salud, ni educación, ni vivienda tendrían que
estar en la ruleta del sistema que marca la rentabilidad capitalista que
solamente los proporcionará en la medida en que su producción produzca
beneficio monetario, independientemente de la indudable rentabilidad social que
supone su provisión. Desde esa base se construye una respuesta diametralmente
opuesta a cosas tan habituales y que afectan a la vida diaria de los ciudadanos
como dónde deposito los ahorros, cómo financio mi vivienda y cómo evalúo los
riesgos financieros. Nuestro admirado José Luis Sampedro decía que “hay dos
clases de economistas: los que quieren hacer más ricos a los ricos y los que
queremos hacer menos pobres a los pobres”. También esto es ideología pura…
Si la economía en la educación solo supone un
conjunto de recetas impartida desde la óptica que aplaude la lógica del sistema
capitalista y que permite responder a las anteriores cuestiones, solamente
habremos apuntalado una forma de entender la economía, la que pone por delante
las necesidades individuales por delante de las colectivas.
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